Ayer fue un día de esos en los que te preguntas qué sentido tiene que tú hayas nacido.
Suena el despertador a las 8 de la mañana; tienes una presentación en la facultad muy importante, si no vas, suspendes. Pero a tu cuerpo le importa un cojón de pato que suspendas, dice que no arranca y a ver cual es el listo que se lo discute. Vale, tu espíritu podría, pero ya sabemos todos que si algo sale del cuerpo de uno, es muy probable que no vuelva a entrar.
Te despiertas. Entras en pánico al ver que son las doce de la mañana y no has ido a la facultad. Qué más da, siempre quedará el examen. El de septiembre, claro. Pones la ducha a funcionar y giras el grifo del agua al máximo del lado de la caliente. Pruebas el agua y está perfecta. Cierras la ventana del baño, te desvistes y a la ducha. Entras y, en el mismo instante en el que cojes el mango, el agua se congela. Sales corriendo, te pones el albornoz y Speedy Gonzalez te invade cuando te diriges del baño a tu habitación.
Abres la ventana de tu habitación y escuchas así como llover. Miras a través de la ventana al suelo del ojopatio y sí, está lloviendo. Notas también un ligero aroma a guisado de ternera. No está lloviznando, está lloviendo. Chuzos de punta. Levantas un poco la mirada y ahí está...toda tu ropa nueva, recién lavada, recién seca y recién preparada de nuevo para entrar a la lavadora. No es que seas tiquismiquis y no puedas ponerte algo que se haya ensuciado con la lluvia, no. Es que a tu querida vecina, la que tiene el hábito de dejar los potajes a reposar en el filillo de la ventana, se le ha caido la olla al ojopatio, tiñendo toda tu ropa de color naranja. Si vivieras en la España del 82, podrías sustituir a Naranjito desde ese mismo momento. Eso o teñirte de pelirrojo e irte a jugar con la selección holandesa. Esto último te resulta más tentador, no sabes por qué. En ese momento, tu compañera de piso toca corriendo a tu puerta. La abres y la ves con una olla exprés en la mano y una cara de felicidad digna de un niño en la mañana de reyes. Menos mal que tu vecina es de los cerros de Carchuna, y ya se puede estar cagando en tu osito de peluche, que tu no te enteras. Y ya se sabe, oídos que no entienden, neuronas que descansan.
Cierras la puerta de la habitación mientras tu compañera se queda en el salón de rodillas, mirando al cielo y adorando la olla mientras llora de emoción porque ya se acabaron los fritos en la casa. Tu, aún en albornoz, empiezas a notar que tus piernas se tambalean y sin beber nada ni escuchar a Elvis Presley. También notas que no las sientes. Entonces decides que no sería mala idea eso de vestirte. Abres el armario, saludas al león que se ha acomodado entre tus montañas de ropa y le echas un filete de ternera que tenías en el tupper que tu abuela te había dado ya hacía un mes. A ti, que no te gusta la ternera, pero todo estudiante debe tener un fondo de comida por si acaso el cajero se enfada contigo y decide que ya has gastado mucho durante ese mes. Después de alimentar a tu león, buscas los vaqueros. Disfraces, uniformes, vestidos de verano...vestidos de verano? Pasas en tu piso desde septiembre hasta mayo...para qué narices te los has traído? No lo sabes. Escuchas que tu compañera sigue llorando. Entonces vuelves a mirar por la ventana. Ahí están. Eran azules, pero ahora son naranjas. Y te das en la cabeza, por tonta. Joder, qué rabia, para una vez al año que te toca lavarlos y te pasa esto. Entonces la última opción que te queda es o salir en pijama...o salir con tu vestido veraniego. En pleno enero. Y no tienes zapatos. Te los llevaste todos estas navidades para tu otra casa. Te quedan las zapatillas que tus abuelos te regalaron por reyes...rosas fucsias, de camuflaje, con los cordones amarillos. Y tu vestido es azul marino, el que te pusiste para la comunión de aquel primo tuyo...qué remedio, te pones eso, total te vas en autobús a tu pueblo hoy y te va a ver poca gente.
Haces tu maleta y sales de casa. Todo marcha bien hasta que, al salir del portal, te das cuenta de que te has olvidado algo importante...el paraguas. Que si vas con vaqueros y sudadera, da igual. Pero con tus pintas de hoy...
Decides ir por debajo de los bordillos, pero eso es incluso más peligroso que mojarte y pillar una pulmonía. Si vas por debajo de los bordillos sin paraguas, todos sabemos que te enfrentas a un enemigo duro de combatir. Exacto. Las abuelas que se compran un paraguas para que no se les moje. Tras comprobar que no te has movido ni un ápice de donde estabas hace cinco minutos porque has dejado pasar a todas las abuelas que han querido ir por alli, decides mojarte. Y ahí es cuando notas que estás en Granada y no en Coruña porque, aunque tu aun no te hayas dado cuenta, estás a punto de pisar un regalito de un perro muy grande que hay en mitad de la carretera (que digo yo...qué dueño que se precie y quiera a su perro lo pone a cagar en mitad de la carretera en una ciudad? Ay...esos regalos de reyes de la familia política no aceptados por el padre del regalado...). Y digo que notas que estás en Granada porque en Coruña, si te ve una de esas abuelas del paraguas inmojable, te advierte: "Vas caer cando pises a merda de perro que hai na mitade da carretera, filliña". Pero si estás en Granada, lo más probable es que se te queden mirando con toda la malafollá del mundo, lo comenten entre ellas y se cachondeen. Una vez has pisado la mierda de perro y te has dado cuenta por las risas de las abuelas (y también por el tufo), sigues andando muy digna, aunque te mueras de frio y de asco.
Y es entonces cuando ves pasar el autobús que te lleva a la estación de autobuses. Corres hacia la parada, pero llega un momento en el que ves que el los edificios no se mueven mientras tu corres y te dices que algo raro está pasando. Efectivamente, las ruedas de tu amada maleta morada se han quedado atrancadas en la rejilla del sumidero. Tiras y tiras, pero no la puedes sacar de ahi. Se te acercan desconocidos y vecinos a ayudarte. Bueno, eso de que se te acercan es un decir, porque el perro había comido sobras fijo y eso hacía que a tu alrededor se hubiera establecido un halo de seguridad de unos dos metros de diametro, asi que los voluntarios echan cuerdas al mango de la maleta y tu las atas. Media hora más tarde, la maleta está fuera, sí. Pero sin ruedas. Y llevas en la maleta los apuntes de los dos cursos que llevas estudiados en la universidad. A tomar por culo, que sigo arrastrando la maleta, que es de los chinos. Miras el reloj, y calculas que podrás llegar para coger el siguente autobús de la estación a tu pueblo si el urbano llega en cinco minutos.
Pero llega en seis. Y tu llegas a la estación, corres como puedes y sólo llegas al andén para comprobar que se ha marchado sin tí. Subes a la taquilla y preguntas cuando sale el próximo autobús directo hasta tu pueblo. Hay dos tipos de trayecto que llegan a tu pueblo, el directo (Granada - tu pueblo) y el que pasa por los pueblos (por si hay que explicarlo, hace Granada - todos los pueblos de Granada que NO son tu pueblo - tu pueblo). El primero tarda una hora aprox. ; el segundo puede llegar a tardar tres. Compras tu billete tras haberte asegurado de que es el directo y bajas al andén. Subes al autobús. A la media hora te das cuenta de que el itinerario no es el normal. No hace falta que explique cuanto tardé en llegar al pueblo, no?
Llegas a casa, por fin. Llegas a tu habitación y te das cuenta de que la tranquilidad del autobús (porque otra cosa no, pero en tres horas de paisajes, tras pasar por varios estados de ira y desesperacion, acabas por tranquilizarte) había terminado. Te das cuenta de que si llegas a haber llegado un día más tarde, en tu habitación no hay camas, hay un Zoo de seres vivos nunca descubiertos por los científicos. Pasas de hacer ese descubrimiento y de hacerte millonaria o incluso con el poder del mundo (tú, que eres muy de andar por casa y esas cosas no te van), y recoges. Te duchas. Y coges tu portatil.
Reproduces un archivo y te sale un inglés que es un pedazo de cabrón y otro inglés que es un pedazo de pringao. Un inglés que se hace el minusvalido y otro que se lo cree. Un inglés que putea al otro la vida y más y otro que se deja. Y lo hacen tan bien, que no te queda otra que partirte el culo. Y con todo los personajes que les suceden en el escenario, aún te ríes más.
Y ahí llega tu madre toda cabreada, abre la puerta de la habitación y te dice por vigesimocuarta vez que friegues los platos, que los espaguetis cobran vida e invaden la cocina por momentos. Tu levantas la vista del ordenador, la miras a los ojos, tecleas cosas sin sentido en el portatil, miras la pantalla, vuelves a mirar a tu madre y le dices: "Computer says noooo...". Y sigues disfrutando de David Walliams y Matt Lucas, aunque estés con cuarenta de fiebre y veas doble...te pones tus gafas de 3D, y los ves más cerca.
Todo esta biblia era para poner este video de Lou and Andy (Little Britain)...
Vaya...yo pensaba que sería menos.
Podría haber puesto el vídeo al principio.
Es igual, seguro que lo habéis visto antes de leer el texto.
Seguro que habéis visto el vídeo, y al ver que era en inglés y sin subtítulos, habéis cerrado la pestaña y a tomar por culo.
Pero vamos, seguro que no es la primera vez que haceis eso xDDD.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario